Somos frágiles por mil razones, a veces porque escondemos nuestras flaquezas, a veces por admitirlas. Frágiles por ser corrector y por ser incorrecto; por amor y por odio. Somos frágiles porque en cualquier momento podemos dejar de existir, a veces somos frágiles por el simple hecho de existir.
Deseamos la libertad, como la única manera para ser fuerte, el arma que contraataca la fragilidad. Pero ¿no es la libertad también triste? Sin embargo, la libertad es el origen de la fragilidad. Retomando la teoría monótona de Zygmun Bauman, la liquidez. Por el nombre de la libertad, la sociedad comuna se desintegra en individuos autónomos que viven con y por ellos mismos. Los vínculos interpersonales son precarios y débiles, el amor se hace flotante. “El otro” es ese extraño completamente diferente a mi, lleno de misterio y posible peligro que amenaza la libertad de mi ser. Ese desconocido capaz de desordenar mi mundo. Por eso convertimos cada individuo ajeno en invisibles, o mejor dicho nos hacemos invisibles, escondiéndonos dentro de nuestras burbujas. Según la sociedad, el individualismo es la única forma pertinente de vivir.
Somos seres frágiles que surfean en las olas de una sociedad líquida siempre cambiante. Seres que habitan en el olvido de los otros y en la memoria de uno mismo. Somos egoístas con nuestros sentimientos y cobardes con sentimientos ajenos. Somos excelentes guardianes de nuestras fronteras emocionales, pero pésimos guerreros en la batalla contra la soledad. Somos adictos con la seguridad pero siempre inseguros de ella. Somos muchos, por eso no somos nada. Somos y no somos, es esta tristeza grupal que ignora la existencia de todos y de cada uno de nosotros.
Realizado en: 2016, 1º Grado
Assignatura: Taller de color
Colaboración con: Mónica López
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